por Neale Donald Walsch
27 de Noviembre de 2010
27 de Noviembre de 2010
Llega un momento en el que lo único que queda es Dios... Sucede más de una vez en la vida de la mayoría de las personas. Es ese momento cuando te sientes total y completamente aislado. Es ese momento cuando sientes, no que nadie te está oyendo, sino que no hay nadie que te oiga. Realmente estás solo. No hay nadie más, incluso cuando hay alguien más en la habitación. No hay nada más, incluso cuando hay mucho más a tu alrededor. Sólo estás tú, aun cuando el mundo te rodea. Tal vez especialmente cuando el mundo te rodea, sólo estás tú.
Sí, llega un momento en que lo único que queda es Dios. Nada más importa. Nada más tiene ningún sentido. Nada más te llama, te magnetiza, exige tu atención – o ni siquiera es digno de ella.
Este momento llega, me parece a mí, ya sea cuando no tienes nada, o cuando lo tienes todo. Este momento llega cuando todo lo demás te ha sido arrebatado y no te queda nada, o cuando se te ha dado todo y no hay nada más que puedas desear.
Cuando llega este momento, es un gran alivio. Es una liberación, un dejar ir. Y sin embargo, para muchos de nosotros, todavía hay una pequeña parte de nuestro ser que anhela esa cosa que muchos de nosotros nunca hemos tenido: completa aceptación y amor incondicional.
Alguien que me ame tal como soy.
No hemos podido encontrar eso en otro. Pensábamos que podríamos encontrarlo en otro, esperábamos que pudiéramos encontrarlo en otro, pero no podemos. Ni siquiera podemos encontrarlo en nosotros mismos. Y porque no podemos encontrarlo en nosotros mismos, no podemos dárselo a otro y es por eso que no podemos encontrarlo allí. Porque no podemos encontrar en ninguna parte lo que no hemos puesto en ninguna parte, y nosotros no hemos puesto completa aceptación ni amor incondicional en ninguna parte. Ni siquiera podemos estar conformes con el clima, por el amor de Dios. Podemos encontrar algo de qué quejarnos acerca de todo.
Y así, buscamos lo que no está ahí, porque todo lo que tratamos de encontrar en la vida debe haber sido puesto allí por nosotros. Si no lo hemos puesto, no podemos encontrarlo. Lo que no ponemos en la vida, no encontramos, porque nosotros somos la Única Fuente Que Hay.
Si no podemos encontrar perdón en nuestras vidas, es porque no lo hemos puesto allí. Si no podemos encontrar compasión en nuestras vidas, es porque no la hemos puesto allí. Si no podemos encontrar tolerancia en nuestras vidas, es porque no la hemos puesto allí. Si no podemos encontrar misericordia en nuestras vidas, es porque no la hemos puesto allí. Si no podemos encontrar paz en nuestras vidas, es porque no la hemos puesto allí. Si no podemos encontrar aceptación en nuestras vidas, es porque no la hemos puesto allí. Y si no podemos encontrar amor en nuestras vidas, es porque no lo hemos puesto allí.
Todas estas cosas tenemos que poner en la Vida. Primero, en nuestra propia vida, luego uno en la vida del otro. O, para algunos, es al revés. Quiero decir que para la mayoría de nosotros es al revés. Para la mayoría de nosotros, es casi imposible darnos a nosotros mismos lo que más deseamos recibir: perdón, compasión, tolerancia, misericordia, paz, aceptación y amor.
La mayoría de nosotros no podemos darnos estas cosas a nosotros mismos porque sabemos demasiado acerca de nosotros mismos. Creemos que no somos dignos de estas cosas. Imaginamos que somos algo distinto de lo que realmente somos. No podemos ver la Divinidad que la Divinidad Misma ha puesto en nosotros. No podemos ver la Inocencia. No podemos ver la Perfección en nuestra imperfección.
Como no podemos ver estas cosas en nosotros mismos, no podemos darnos a nosotros mismos lo que más deseamos recibir. Sin embargo, ya que no somos totalmente ciegos a lo que es bueno y vale la pena en el mundo, a menudo podemos ver estas cosas en los demás. A menudo podemos ver Divinidad en los demás. A menudo podemos ver Inocencia en los demás. A menudo incluso podemos ver Perfección en la imperfección de los demás. Y por eso podemos dar a los demás perdón, compasión, tolerancia, misericordia, paz, aceptación y amor. Podemos, pero la pregunta es, ¿lo haremos?
Con demasiada frecuencia, no lo hacemos. A causa de nuestras propias heridas, no podemos sanar las heridas de los demás. Y entonces le negamos a nuestro mundo las cosas que nuestro mundo más necesita. Le negamos a nuestro mundo perdón, compasión, tolerancia, misericordia, paz, aceptación y amor. Y cuando le negamos esto a nuestro mundo, nos lo negamos a nosotros mismos – porque lo que no hemos puesto en el mundo, no podemos recibir del mundo. Una vez más, dejen que repita la Nueva Regla de Oro:
Lo que no hemos puesto en el mundo, no podemos recibir del mundo.
Llega un momento en que nos damos cuenta de que nosotros somos la Única Fuente Que Hay. Nadie nos va a dar a nosotros o al mundo lo que nosotros somos incapaces de darle al mundo, y por lo tanto a nosotros mismos. No por mucho tiempo.
El primer lugar donde descubrimos esto es en relación con otro. Lo que no podemos o no estamos dispuestos a dar al otro, no vamos a recibir del otro. No por mucho tiempo. Si no podemos dar a la persona que está al otro lado de la habitación perdón, compasión, tolerancia, misericordia, paz, aceptación y amor... no podemos esperar que la persona al otro lado de la habitación nos dé estas cosas a nosotros. Pues ellos sólo tienen para dar lo que nosotros les hemos dado.
Nos imaginamos en la relación que la otra persona tiene lo que nosotros no tenemos, y por lo tanto, que ellos pueden proporcionárnoslo. Ésta es la gran ilusión. Éste es un gran error. Éste es el gran malentendido. Y ésta es la razón por la cual fracasan tantas relaciones. Nos imaginamos que el otro nos va a proporcionar perdón, compasión, tolerancia, misericordia, paz, aceptación y amor. Imaginamos que el otro nos va a proporcionar lo que nosotros no podemos proporcionarles a ellos, y lo que ni siquiera podemos darnos a nosotros mismos. Y luego nos enojamos con el otro. Y luego nos enojamos con nosotros mismos. Y entonces...
... nos damos cuenta de que no queda nada más que Dios. Nos volvemos, entonces, hacia Dios. Por favor, Dios, dame perdón, compasión, tolerancia, misericordia, paz, aceptación y amor. Por favor, dámelo, para que yo pueda darlo a los demás.
El mundo se está acercando rápidamente a este punto de inflexión. Estamos empezando a comprender que Dios es la Fuente Única y Original. Ahora lo único que tenemos que hacer es comprender, también, que no existe separación entre Dios y nosotros. Cuando por fin captemos esta comprensión fundamental, cuando aceptemos, finalmente, esta verdad básica, nos vamos a cambiar a nosotros mismos, a cambiar nuestras relaciones, y a cambiar el mundo.
Hasta entonces, no lo haremos. Y vamos a esperar por ese momento cuando nos demos cuenta.... de que no queda nada sino Dios. Con suerte, llegaremos a ese momento antes de que lo creemos... en la manera más cruda posible: destruyendo todo lo demás hasta que no quede nada. Destruyendo nuestra relación hasta que no quede nada. Destruyendo nuestro mundo hasta que no quede nada. Destruyéndonos a nosotros mismos hasta que no quede nada.
Conversaciones con Dios contiene una afirmación sorprendente. Es algo que nunca he olvidado. Dios dijo: "No es necesario pasar por el infierno para llegar al cielo." Yo nos invito a todos nosotros a recordar eso en este día. Nos invito a todos a adoptar una nueva noción acerca de nosotros mismos y la vida: no que no queda nada sino Dios, sino que no existe nada sino sólo Dios.
Cuando veamos a Dios en cada persona y en cada cosa, entonces nos habremos despojado de nuestras ilusiones, habremos hecho a un lado nuestras imaginaciones infantiles, y vamos a tratar a todo y a todos, como que eso, ella o él, son Divinos. Y si no crees que eso cambiará tu vida y tu mundo, piénsalo de nuevo.
© 2010 Fundación ReCreation - http://www.cwg.org. Neale Donald Walsch es un mensajero espiritual contemporáneo cuyas palabras siguen conmoviendo al mundo en maneras profundas. Su serie de libros Conversaciones con Dios ha sido traducida a 27 idiomas, tocando a millones de vidas e inspirando cambios importantes en sus vidas cotidianas. Traducción: Margarita López - Edición: El Manantial del Caduceo
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