Este Día de los Enamorados, en lugar de sólo gastar plata en algún regalo,
podríamos dedicarlo a hacer una revisión profunda de nuestra relación amorosa.
Al principio, cuando nos enamoramos, sentíamos que nuestro hombre era Superman:
bello, inteligente, único, con superpoderes. Con el paso del tiempo y la rutina,
ese hombre perfecto, Superman, que todo lo hacía bien, por momentos se
transforma en un Clark Kent aburrido, con panza, que nunca hace nada bien. ¿Cómo
pasamos de un enamoramiento profundo a una decepción fulminante? La propuesta es
ahondar en nuestros sentimientos y quizás, al final de este nota, tengamos ganas
de reencontrarnos con ese socio de aventuras que elegimos y que seguimos
amando.
Un amor de película
Helen Fisher, antropóloga y profesora, se dedicó toda la vida a investigar
el amor y las relaciones humanas. Ella explica muy claramente cómo, al
principio, cuando apenas nos enamoramos, nos enfocamos en todo lo bueno de la
persona. "No vemos nada más que sus cualidades, y las vemos exacerbadas. Es
producto de la dopamina, un neurotransmisor que actúa en nuestro cerebro
generando una sensación de entusiasmo absoluto: vemos todo lo que el objeto
amado hace como algo absolutamente increíble.
Cuando estamos enamoradas, enfocamos toda nuestra atención en esa persona, la 'agrandamos', creemos que es lo mejor del mundo y nos sentimos llenas de energía. Estamos en plena sensación de euforia. Esta forma de vivir el enamoramiento tiene que ver con el darwinismo, con la evolución de la especie: juntar a dos personas tan fuertemente que puedan procrear."
Cuando estamos enamoradas, enfocamos toda nuestra atención en esa persona, la 'agrandamos', creemos que es lo mejor del mundo y nos sentimos llenas de energía. Estamos en plena sensación de euforia. Esta forma de vivir el enamoramiento tiene que ver con el darwinismo, con la evolución de la especie: juntar a dos personas tan fuertemente que puedan procrear."
Uf, ¿así que la culpa la tienen las hormonas? Bueno, un poco, pero también
es cierto que muchas cosas de ese hombre aun hoy en día nos siguen encantando.
El tema es que podamos reencontrarnos con ellas. Volver a valorar sus virtudes,
"reenamorarnos" cada día. Y, sobre todo, saber que apostar a una pareja va más
allá de los estados de euforia: es un compromiso que hay que cultivar y por el
que vale la pena trabajar.
De Superman a Clark Kent
¿Qué pasó? Estábamos felices, radiantes, enamoradas. Nos animamos a la
convivencia, algunas al casamiento y hasta a tener hijos. Y no sabemos cómo,
casi de un día para el otro, nuestro superhéroe ¡parece un sapo! ¿Él cambió? ¿O
simplemente fue que nosotras cambiamos nuestra visión y bajamos del pedestal de
la adrenalina al mundo de los reclamos y la insatisfacción? Los eruditos se
inclinan por la segunda versión, que es que nosotras dejamos de sentir ese
éxtasis enceguecedor (más aun si el objetivo "procreación" ya ha sido
cumplido).
Y sí, hora de admitirlo: las mujeres somos complicadas. ¿No nos pasa lo
mismo con un par de zapatos? Los vemos, los deseamos, nos quema por dentro, no
aguantamos más, queremos ir a comprarlos y cuando los tenemos, los usamos
encandiladas una, dos, ¿tres veces? Después, confesemos, ¡nos olvidamos de que
los tenemos!
Porque, en el mundo de las emociones, lo "seguro" no nos motiva. Nos mueve
más aquello que no tenemos, las ilusiones que anhelamos y que van cambiando todo
el tiempo. ¡Amaba los zapatos, pero ahora que los tengo, ya está, me aburrí de
nuevo!
Por suerte, el hombre que elegimos es mucho más que un par de zapatos y
merece que nos demos cuenta de que aún hay mucho por recorrer. Que en aquellos
momentos de supuesta "rutina" podemos volver a sentir aleteos en el estómago.
Pero primero: manos a la obra.
Los Superpoderosos
Una vez que nos damos cuenta de que uno de los problemas es nuestra manera
de ver las cosas, se puede hilar más fino. En las relaciones, solemos pasar de
un estado de sentirnos mujeres superpoderosas que trabajan, crían hijos y están
divinas a las peores de todas: feas, sin gracia, que necesitan ayuda, agotadas e
irascibles.
Con nuestro hombre nos pasa lo mismo: un día lo vemos brillar en su
trabajo, convertirse en un Superman al que todos admiran y aplauden.
Inmediatamente, en lugar de admirarlo como cuando nos enamoramos, pensamos que
está saliendo con alguna de la oficina, porque está demasiado radiante. Al otro
día, en casa, lo vemos con sus pantuflas y pijama, buscando desesperadamente el
abridor de la cerveza (que está en el mismo cajón de siempre, pero que él no
encuentra nunca), y lo odiamos. Clark Kent versión Homero Simpson,
¡patético!
Conclusión:
cuando es el hombre de carne y hueso con defectos, no lo queremos. Cuando es Superman, tampoco lo queremos porque es superpoderoso y vuela lejos de casa.
cuando es el hombre de carne y hueso con defectos, no lo queremos. Cuando es Superman, tampoco lo queremos porque es superpoderoso y vuela lejos de casa.
Para colmo, nosotras tampoco somos una cosa o la otra, pero, internamente,
nos creemos mucho más fuertes de lo que en verdad somos. Y eso nos da una
ilusión de que tenemos todo bajo control (¡con lo que nos gusta el control!).
¡Cuidado! La verdad es que necesitamos lo mismo que Superman y que Clark Kent:
sentir que nos valoran y que nos quieren más allá de lo que hacemos bien o
mal...
Diálogos cruzados
Con la vorágine de la vida, nos vamos mareando y perdiendo el foco de lo
verdaderamente importante. En la pareja, generalmente, terminamos teniendo
diálogos cruzados. Una superpoderosa le habla a Homero Simpson y lo critica, le
reclama, lo vuelve loco. Su Superman le habla a la parte débil nuestra, que
siente que ya no puede más y ve a Superman en un pedestal, exitoso, que ignora
las dificultades domésticas, señalando lo que se debería hacer con esto y lo
otro. O a veces se trata de dos superhéroes sosteniendo un diálogo de locos
sobre quién tiene el superpoder más grande. O de dos pobrecitos angustiados:
Homero Simpson con crisis existencial y Andrea del Boca en su novela más
lacrimógena.
Pocas veces hablamos desde lo que de verdad somos y nos vemos tal cual
somos. Nos cuesta sincerarnos. El primer ejercicio que podemos poner en práctica
es hablar de lo que nos duele. Es mágico: nos humaniza frente al otro, nos
desnuda y genera ternura. Es importante entonces observar estos diálogos
cruzados, evitarlos o, al menos, darnos cuenta de qué están conversando estos
"personajes". Que nuestra verdadera esencia está en otra parte y que debemos
mostrársela a nuestra pareja lo más honestamente que podamos. Es el primer paso
hacia convertir nuestra relación en algo más sólido y tangible, dejando el mundo
de fantasías para la pantalla de TV.
Recuperando la motivación
Stephanie Ortigue realizó investigaciones de lo que llamó "neurociencia
social del amor". Por medio de imágenes del cerebro obtenidas por resonancia
magnética, estudió a personas enamoradas mientras pensaban en el ser amado. Uno
de los resultados que arrojó el estudio es que con el amor pasional (así lo
llama ella) se encienden áreas del cerebro relacionadas con la autoestima y la
imagen corporal. Esto demuestra el mecanismo biológico del enamoramiento: nos da
entusiasmo y nos hace sentir más lindas, más fuertes e importantes; nos sube la
autoestima. Sin dudas es atractivo, adictivo y lo extrañamos cuando no está.
Pero lo cierto es que no dura. Lo que dura, a largo plazo, es quedarnos junto
con la persona que elegimos, construyendo una vida juntos.
En The Social Animal, su autor, David Brooks, refuerza la misma idea: que
el enamoramiento es un gran "motivador" para formar una familia, mantenerla,
cuidarla, introducirla en sociedad y sacrificar otras motivaciones que compiten
con esa, como la libertad, la falta de preocupaciones, el seguir explorando,
viajando, cambiando de trabajo, etc. Nuestro gran desafío es seguir generándonos
a nosotras mismas esa motivación: seguir construyendo el vínculo con un
entusiasmo más constante.
Viéndonos tal cual somos
Lo cierto es que los sentimientos que nos unieron en un primer momento no
siguen todos vigentes. Nuestra vida (y la de él) tiene ahora muchos más focos:
desde llevar una casa de a dos adelante, los hijos, nuevos desafíos
personales...
Sin embargo, y, por suerte, ese compañero tiene muchos más matices para
nosotras que aquel Superman de brillantes colores que nos hacía sentir la
protagonista de una película romántica. Tiene más matices porque ahora es más
real, y todo lo construido entre los dos es mucho más sólido que el
"enamoramiento". El vínculo ocupó el espacio que antes tenía la deliciosa
ilusión. Como vimos anteriormente, ese estado de adrenalina y éxtasis que
funcionaba como una droga nos ayudó a motivarnos a formar la pareja. Pero ahora
es momento de que nosotras tomemos el toro por las astas y sigamos adelante con
ladrillos, cemento, cal y arena.
Lo primero que podemos hacer es cambiar el foco: observar a ese hombre como
si recién lo conociéramos, valorar sus virtudes.
Pocas veces comprendemos que ese hombre, lejos de las caricaturas, es el
que se levanta a la noche y calma al bebé que llora, es el que lleva a los
chicos al colegio antes de ir a trabajar, es el que habla con el mecánico que
nos quería cobrar tan caro. Pocas veces nos damos cuenta de que los estándares
de vida que pretendemos satisfacer son demasiado altos y que ambos en esta
pareja hacemos lo mejor que podemos. Es momento de transformarnos.
Realidad mata ilusión
Nuestro cerebro sigue jugándonos malas pasadas. Parte de nuestra naturaleza
humana tiene que ver con eso: descubrir los juegos en los que nos vamos
enredando mental y emocionalmente. Suele suceder con el fenómeno de la
"familiarización": no registramos lo que tenemos. Como la rutina, el día a día
es agradable, dejamos de prestar le atención. El cerebro está más preparado para
registrar lo feo o lo nuevo, pero no lo cálido, lo familiar, lo cotidiano.
Ese estado de alerta mental que nos ayuda a sobrevivir en el día a día tiene un costo muy alto porque no nos deja ver todas nuestras conquistas diarias. En lugar de seguir esperando lo que Superman no nos puede dar, en lugar de seguir reclamándole a Clark Kent que sea Dios, tenemos que hacer foco en las pequeñas cosas que sí tenemos. Nuestra casa, nuestros hijos, nuestras plantas, nuestro trabajo, nuestro novio o marido que nos regala flores de sorpresa o que nos invita al cine y nos da la mano cuando se apaga la luz.
Ese estado de alerta mental que nos ayuda a sobrevivir en el día a día tiene un costo muy alto porque no nos deja ver todas nuestras conquistas diarias. En lugar de seguir esperando lo que Superman no nos puede dar, en lugar de seguir reclamándole a Clark Kent que sea Dios, tenemos que hacer foco en las pequeñas cosas que sí tenemos. Nuestra casa, nuestros hijos, nuestras plantas, nuestro trabajo, nuestro novio o marido que nos regala flores de sorpresa o que nos invita al cine y nos da la mano cuando se apaga la luz.
En nuestra verdadera realidad (no en nuestro relato mental, en esos
cuentitos divinos que nos contamos), la tarea del vivir lo cotidiano sí es
heroica. Es mucho más heroica que una tira de superhéroes. No podemos seguir
creyendo que la felicidad es algo que nos va a traer un hada madrina. La
felicidad no es un derecho que podamos reclamar como niños malcriados. Es un
deber que debemos producir y darnos a nosotros mismos como adultos
responsables.
Contigo pan, queso, cebolla y mucho más
Ya está dicho, entonces: aprovechemos esta fecha romántica para apreciar y
agradecer lo que ya tenemos, para empezar a dar en lugar de reclamar, para
revalorizar lo cotidiano y lo mundano. Aprovechemos para unir dentro de nosotras
ese enamoramiento inicial al amor del compromiso. Construyamos cada día nuestra
pareja y nuestra felicidad.
Hugh Prather, bautizado el "Khalil Gibrán de Occidente" por la revista Newsweek, escribe sabiamente en su libro Hay un lugar donde no estás solo: "El amor sólo pide ser admitido. ¿He de dar la bienvenida a un sentimiento de aprecio por lo que has visto en mí, por cuán inesperadamente has seguido reapareciendo, por cuán frecuentemente has buscado contacto y por cuán gentilmente me has tratado? ¿O acaso hay algo que deseo que hagas primero? Si comprendiera que todo esto es lo que se requiere para reconocer el amor que ya siento, y que me haría dejar de necesitar cualquier cosa de ti, ¿sería capaz de dar ese paso tan pequeño?".
¿Somos capaces de dar ese pequeño paso en pos del hombre que elegimos, en
pos del vínculo que construimos? ¡Adelante! Como cuando éramos chicas, un
piecito adelante del otro: ¡pan... queso! ¡Pan... queso! ¡Y feliz San
Valentín!
Por Nuria Docampo Feijóo
Fotos de Paula Teller
Producción de Lulu Biaus
Fuente: http://www.revistaohlala.com/1447403-volve-a-enamorarte
Por Nuria Docampo Feijóo
Fotos de Paula Teller
Producción de Lulu Biaus
Fuente: http://www.revistaohlala.com/1447403-volve-a-enamorarte